“La ciudad de los pasajes»
GALERÍA LLUCIÀ HOMS. BARCELONA
Consell de Cent, 315. Hasta el 4 de marzo
Szenczi y Mañas. En las pinturas alegóricas de esta pareja, el mundo es un almacén de imágenes.
El supermercado del espíritu
Szenczi y Mañas trabajan y exponen juntos, pero realizan y firman por separado cada obra. Sus cuadros son alegorías contemporáneas. Se alimentan de mitos y símbolos antiguos y representan arquetipos universales, pero incluyen también irónicos elementos modernos y oníricas experiencias personales.
El punto de partida de “La ciudad de los pasajes» es un cuadro que Szenczi realizó pensando en “The Arcades Project”, un libro inacabado de Walter Benjamin. Cuando se expuso en la muestra “Pintura metarrealista” de Nueva York, el cuadro se llamaba como el citado libro, un bonito rompecabezas anticapitalista inspirado en los pasajes comerciales parisinos, en el que, además, Benjamin daba la razón a Szenczi y Mañas al afirmar que la mejor manera de explicar el mundo moderno es la alegoría, tal como sucedía en la igualmente inestable y perpleja época barroca.
El cuadro se llama ahora “Los clientes o el mercado del mundo» y representa una rara galería comercial donde una estatua budista se equipara, como una opción entre otras, tanto a un tocadiscos portátil de los años 60, a una gran concha ondulada o a un retrato de Mao, como a una fregona con mocho amarillo. Aquel supermercado del espíritu se ha convertido en un conjunto de cuadros que configuran “una ciudad de la imaginación, la memoria y el juego” donde uno puede elegir con acierto o con error las adquisiciones para el alma o el espíritu. Las obras de Szenczi y Mañas son a la vez densas y frescas. Es muy sugerente el “Poliptico de las virtudes», donde el paraíso incluye lo cercano y lo lejano, el flujo y el fruto, y donde el amor es un jardín cuya fuente nace de la imaginación.
En “Corredor de los contactos y la unión”, la burbuja del amor de “El jardín de las delicias” es pesada con balanza y pesa mucho. En “Atrio de los tiempos y la carne” los personajes eligen su ropa: hay quien se viste de marcas y quien se convierte en un jamón andante, a falta de algo mejor.
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