Juan Antonio Mañas y Brigitte Szenczi: “El mirall en el laberint”
Desde los años 70, Juan Antonio Mañas y Brigitte Szenczi trabajan en colaboración: exponen conjuntamente y comparten técnicas, inspiraciones y una misma problemática creativa, aunque la ejecución de la obra es individual. Su trabajo ha consistido en la búsqueda en el marco de la figuración. ¿Búsqueda y Figuración? Efectivamente, su mérito se ha medido en términos de invención y originalidad, porque las imágenes que nos presentan no son una simple representación: son una realidad virtual que nos extraña y nos sorprende, una conquista de la imaginación. Si nos fascinan no es por eso por lo que se aproximan al mundo de las apariencias sino por lo que las separa, ese ámbito que dejan de indefinido y de ficción a la vez, lo que el espíritu de los artistas añade a la materialidad de las cosas. Juan Antonio Mañas y Brigitte Szenczi han revitalizado y enriquecido el espacio figurativo con una nueva sensibilidad y desde la modernidad. Su obra, más que una verdad vista con ojos exteriores, es una especulación imaginativa. Su trabajo ha sido hasta ahora dar forma y escrutar con imágenes el misterio interior, las palabras no pronunciadas. Esta es la constante de las series que han trabajado: el cine, los cuentos, la memoria, el arte de la memoria, el tema del jardín secreto…
Aunque hay otro aspecto importante que subraya su innovación: los procedimientos pictóricos. Juan Antonio Mañas y Brigitte Szenczi han utilizado técnicas y materiales muy personales: la incorporación del relieve, la interrelación de relieve y pintura, pigmentos muy particulares, etc., que aportan una expresividad totalmente nueva, inquietante, y un nuevo planteamiento del espacio.
La obra de Juan Antonio Mañas y Brigitte Szenczi es demasiado compleja para poderla resumir, pero querríamos señalar algún aspecto de sus últimos trabajos. La obra de los dos comparte la misma preocupación creativa, aunque puede que Juan Antonio Mañas haya trabajado especialmente una serie que él mismo en un principio calificaba como “Hornacina” (¿altar?, ¿arqueología del deseo?), que connota algo de sagrado. La idea efectivamente es la de relicario, caja mágica y recipiente de deseos, que el artista como un demiurgo revela, aunque tiene carácter íntimo, personal, es el secreto intransparente, una imagen silenciosa. La serie se desarrolla como un proceso. En las primeras obras se trata de un espacio, petrificado, cerrado, con dos objetos insólitos y opacos, relación muda e intensa en el espacio vacío. Pero en obras posteriores, poco a poco, este espacio se dramatiza y pierde su aspecto mineral. La caja mágica se transforma en una escena más compleja. Se incorpora la puerta abierta, la ventana y otros elementos especialmente inquietantes. Lo que nos interesa destacar es que, finalmente, la pared del fondo desparece, y la caja de deseos se convierte en un punto de mira, en un marco para observar el espectáculo de la vida. Y entonces el paisaje de la ciudad y el de las cosas también se vuelve milagroso, santificado por una nueva perspectiva, una lente mágica que da un valor íntimo y sobrenatural a las cosas. Un astrolabio en el laberinto urbano. Un tema recurrente especialmente en Brigitte Szenczi, es le del laberinto, el espacio del cuento. ¿Qué es un relato sino la historia que protagoniza el aventurero en su itinerario por el laberinto? Un laberinto que a vueltas adopta una forma más velada, la fisonomía de museo, ciudad, arquitectura fantástica o arqueología de civilizaciones presentes y lejanas. Y el laberinto aunque tiene otros significados: es el espacio manierista. La obra de Brigitte Szenczi tiene, en general, un profundo carácter perverso que viene de la introducción de refinados elementos disonantes, una especie de erótica de la perversidad: espacios forzados al límite, ambigüedad de los objetos, asociaciones equívocas. El laberinto también es la búsqueda del desciframiento de un secreto. Y es en este comportamiento manierista, o en la disonancia que decíamos antes, donde se intuye su significado no desvelado nunca. En todo caso, Juan Antonio Mañas y Brigitte Szenczi, más allá de cualquier calificación, recuperan la dimensión diabólica y sagrada de las imágenes.
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