Pintura inquietante

Diario 16 – 6/5/1995

Autor: Jaume Vidal Oliveras

Una exposición refleja la trayectoria en común de Mañas y Szenczi

Mañas y Brigitte Szenczi viven y desarrollan su actividad artística en Barcelona, trabajando en colaboración desde los años 70. Ignacio Gómez de Liaño, en un texto de 1992, los relacionaba, aunque con rasgos muy personales, con lo que vino a llamarse la Nueva Figuración Madrileña «en la voluntad de soldar los puentes quebrados por el Movimiento Moderno; y en la decisión de saldar las deudas contraídas por ese Movimiento con la gran banca de la Tradición» y subrayaba sus relaciones con algunos artistas madrileños.

Efectivamente, en 1986, en Barcelona, realizaron una exposición colectiva en la desaparecida Galería Ciento en la que participaron Guillermo Pérez Villalta ─ que fue su primera aparición como pintor en Barcelona ─ y Carlos Forns junto con otro artista catalán Alexandre Ferrer.
Mañas y Szenczi, son conocidos en Madrid y Paris; sin embargo han realizado un trabajo aislado, silencioso y descontextualizado en Barcelona porque aquí, en la Ciudad Condal, se siente especialmente el peso del Movimento Moderno. La exposición que nos ocupa es excepcional porque es una especie de presentación del proceso seguido por ambos artistas.
La exposición de Mañas y Szenczi reivindica un nuevo sentido de la figuración. Sin embargo, decir figuración es insuficiente. Se trata de una pintura inquietante. Su obra recupera un valor espiritual e intelectual que atribuimos, o más bien imaginamos, en el arte de los maestros antiguos: la pintura como laberinto, como adivinanza, como poesía (en el sentido de inefabilidad), como narración en la que siempre queda una parte importante por contar…
En todo caso intuimos un enigma, un saber oculto que nos fascina y nos atrae la mirada.
Mañas y Szenczi vitalizan la figuración y aspectos puntuales de la tradición con una sensibilidad nueva, desde una problemática del presente. Posiblemente uno de los efectos perturbadores y más fascinantes de su obra sea consecuencia de esta síntesis entre tradición y modernidad.

Quien se aproxime a sus obras tal vez necesite un mínimo de referencias de historia del arte, pero de bien seguro requerirá un conocimiento más sutil, el de la radiografía del imaginario y del deseo. La exposición que lleva por titulo “E1 espejo en el laberinto”, es una reflexión sobre el deseo o, mejor dicho, sobre diferentes itinerarios del deseo.

Efectivamente, variados y laberínticos son los caminos de la aventura y no exentos de peligros: la travesía de geografías inhóspitas; la arqueología-memoria porque existe un viaje interior y subterráneo; el laberinto de la ciudad, la imagen espectral; el museo, ya que existe un viaje a través del arte; el adolescente que empieza su aventura en la soledad, etcétera. Este laberinto, sin embargo, confluye en un término. Una de las aportaciones de la exposición es que se plantea prácticamente como un recorrido. Y al final del itinerario se encuentra la muerte que lo inunda todo. La Venus del viajero, que es una obra que pone punto final al recorrido de la exposición, esconde detrás de (en) su atractivo la aniquilación del aventurero. Sin embargo, en este final hay un mensaje de afirmación: una serie de autoretratos pompeyanos que representan a Szenczi en diferentes periodos, señalan que, si el paso del tiempo devora al viajero de la vida, éste se afirma en la consciencia y en la diferencia de su trayectoria: construye una historia.

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