El círculo de la sabiduría

La Vanguardia, julio de 1998

Autor: Javier Palacio

“El circulo de la sabiduría”.
Ignacio Gómez de Liaño
Siruela.726 Págs.

Imágenes que encierran todo un cosmos

Pocos libros de la más alta erudición alcanzan a convertir lo que antes fue árido campo de estudio en vergel irrigado por el venero de la poesía; “El circulo de la sabiduría” pertenece a tan preciosa categoría. A primera vista intimida, ciertamente; se trata de un coloso de muchas, muchísimas páginas. Y no obstante, el catedrático de Estética y filósofo Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946) ha elaborado un trabajo apasionante sobre el tema, en apariencia minoritario, de las imágenes que servían en la antigüedad para transmitir, al iniciado en sus sinuosos misterios, ricas enseñanzas filosóficas y espirituales.

El autor nos transporta a la época tumultuosa que va de los siglos I a.C. al III de nuestra era, animada por una miríada de escuelas filosóficas, sectas y nuevas religiones: estoicos, neoplatónicos y neopitagóricos, creyentes en Mitra o Zoroastro, gnósticos de los más diversos pelajes, esenios y maniqueos. Todos ellos se servían de extraños ingenios visuales configurados por círculos y cuadrados, coloreadas constelaciones de casillas habitadas por hieráticas figuras divinas.

El espectador podía, así, visualizar y memorizar con precisión una bien poblada galería de excéntricos y sacros personajes. Se trataba, claro, de algo similar a las representaciones cosmológicas que conocemos por los mandalas budistas. Quien estuviera al tanto de los códigos iconográficos utilizados dominaba de un vistazo la cartografía divina, cuyas celestes regiones eran imaginadas a manera de estancias de una vivienda. El escéptico Tertuliano, sin ir más lejos, exclamaba con ironía: “¡El universo se ha transformado en un edificio de apartamentos en alquiler!».

Y sin embargo, hay aquí algo más que puro delirio, pues esas sorprendentes figuras encarnaban complejas abstracciones conceptuales. A la vez, ilustraban hábilmente pasiones y emociones, fuerzas perturbadoras o benéficas, con mayor sutilidad que algunos tratados contemporáneos de psicología.
Gómez de Liaño ha sabido transmutar lo que podría parecer mera revisitación arqueológica en vibrante apuesta por el arte de la memoria. Lo que el autor sugiere, en definitiva, no es sino poner los recursos mnemonísticos al servicio de una sabiduría más honda y poética; y es que las imágenes y los símbolos operan a niveles más profundos que los hollados por el lenguaje racional.

Preciso resulta destacar la calidad de las ilustraciones: los pintores Brigitte Szenczi y Juan Antonio Mañas nos permiten contemplar una imaginería desaparecida hace siglos.

Esto facilita el acercamiento a un texto de inusual importancia a varios niveles, artísticos y filosóficos, pero de innegable enjundia.

 

¿Qué es un mandala?

Son gráficos elaborados a partir de círculos y cuadrados que emanan de un centro primordial. Simbolizan la configuración del cosmos desde presupuestos sagrados.

 

¿Qué representan sus figuras?

Vienen a ser “nociones personificadas” como amor, verdad o sabiduría, pero también equivalencias humanizadas de atributos esquivos de la divinidad: “furor, tristeza, embriaguez, lujuria, etc.”. Exteriorizan, bajo la forma de potencias espirituales, oscuras turbulencias que anidan en el subconsciente; así se hacia posible reconocerlas.

 

¿Dónde aparecen?

Aunque se creía que surgieron a partir del siglo VI, en el ámbito del budismo, Gómez de Liaño apunta poderosas argumentaciones en favor de otra tesis: el origen de los famosos mandalas budistas se encuentra en los gráficos sapienciales nacidos del sincretismo grecolatino y judío. Por medio de gnósticos y maniqueos llegan a India y Tíbet en virtud de múltiples vías culturales, como la que abrió tempranamente Alejandro Magno en el siglo IV a.C.

 

¿Qué implicaciones tiene esta tesis?

No altera en nada la originalidad del “mensaje” religioso budista; sólo se señala que una parte de sus manifestaciones artísticas entroncan con corrientes estéticas geográficamente lejanas. Ello dice mucho en favor de los tránsitos culturales, apenas sospechados, habidos antiguamente entre Oriente y Occidente. Esta tarea promete ser desarrollada con mayor amplitud en otro volumen que seguirá a “El círculo de la sabiduría”.

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