De la materia en que están hechos los sueños

El País, 8 de enero de 1982

Autor: Fernando Huici

Brigitte Szenczi y Juan Antonio Mañas.
Galería Juana Mordó.
Villanueva, 7. Madrid.
Del 8 de enero al ó de febrero de 1982.

Brigitte Szenczi y Juan Antonio Mañas

No creo que nadie ose negar ya el impacto que el cine en su conjunto ha ejercido sobre lo que hoy es nuestra cultura. Ciertamente, una actitud pacata se esgrime aún al condenar un cierto sector de la estética cinematográfica a los terrenos del Kitsch, como olvidando que en el impudor de su condición un tanto salvaje encierra, merced a su propia ambigüedad, una poderosa belleza. Siendo esa inagotable fuente de imágenes de imprescindible fascinación para muchas generaciones del siglo, debía generar, obviamente, cierto diálogo con su vieja prima, la pintura. Numerosos contactos ─ condicionados, claro, por unos intereses muy determinados ─ se establecen ya en torno al pop. Muchas influencias confesarían, también, con gusto componentes de las últimas tendencias figurativas, por más que éstas no sean siempre directamente reconocibles.

Pero una de las propuestas más originales que conozco, tanto por el valor con que se aborda explícitamente el universo cinematográfico, como por las soluciones nada simplistas ─ pese a su apariencia ─ que adoptan, es la de la labor emprendida, hace unos años, por Brigitte Szenczi y Juan Antonio Mañas, que ahora presentan sus trabajos en Madrid. En síntesis, se trata de un trabajo realizado en pasta de madera y policromado con gouache, que se halla a medio camino entre la pintura y el relieve escenográfico. Parten, para ello, como base documental, de imágenes cinematográficas perfectamente reconocibles, ya sean éstas fotogramas de un filme o fotos de estudio. Pero no se quedan ahí; no es este un mero afán de reproducir, mediante un procedimiento gracioso, una imagen nostálgica al uso. Al contrario, la imagen tomada no es, con frecuencia, sino una base de fascinación que se verá posteriormente reelaborada, ya sea por síntesis entre referencias diversas, ya por el tratamiento escenográfico al que la someten. Este último, al dotar de relieve, esto es, al convertir en objetos los elementos de una narración cinematográfica que se desarrolla originalmente sobre el plano (sin que por ello se pierda el efecto de calidad fotográfica) nos induce a reflexionar sobre esa poderosa ilusión de realidad a la que nos someten las convenciones de la imagen fílmica.

Pero también la realización material, obsesivamente minuciosa en lo artesanal y en lo pictórico, con sus aplicaciones de elementos reales en miniatura, conduce a estas obras hasta ese aspecto comestible al que alude Dols Rusiñol en su texto de introducción. Ambos artistas traducen ejemplarmente, con ello, la peculiar relación afectiva que mantenemos con el cine y, de modo más sutil, la propia ambigüedad moral de la estética cinematográfica en la que debiéramos, sin pudor, reconocernos.

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