Catálogo Galería Seiquer

Catálogo de la exposición, octubre de 1990

Autor: Maria Escribano

“Mi primera y última filosofía, aquella en la que creo a ciegas, fue la que aprendí en el parvulario. Las cosas en las que antes creía y en las que más creo ahora son los cuentos de hadas”.

G. K. Chesterton - Orthodoxy

 

El hada disfrazada

Ha sido práctica habitual de la pintura utilizar historias preexistentes, valerse de imágenes prefiguradas, como si únicamente a través de una cierta mentira, de una complicidad con el espectador, pudiera ser comunicada la compleja ambigüedad que todas las grandes verdades encierran.

Se trata de un modo de hacer de probada eficacia. Todavía hoy la mítica greco cristiana sigue siendo una fuente inagotable de símbolos, la mayoría de ellos en excelente estado. Pero no son los únicos. Nuestro mundo es un continuo productor de nuevas iconografías que el arte no ha dudado en seguir utilizando, contribuyendo con ello en buena parte a su mitificación, a su incorporación vertiginosa al heterogéneo y descomunal panteón del hombre de nuestro tiempo.

De la impía afirmación de que el rostro sea el espejo del alma, dudo mucho, pero siempre he pensado que el lugar que se habita puede dar muchas claves sobre sus moradores. La casa de Brigitte Szenczi y Juan Antonio Mañas con su comedor pompeyano, su salón con frescos que representan paisajes de un Egipto romántico, sus estatuas de Rodolfo Valentino y de Marilyn Monroe y su habitación japonesa para invitados, es como un santuario a la vez irónico y respetuoso. La ironía viene de lo deliberadamente nada convincente del decorado, el respeto de la total ausencia de concesiones a un espectador no iniciado. Dentro de esta casa singular, ellos realizan su obra desde hace años, construyendo en solitario un mundo propio, fabricado con un criterio sabiamente discriminatorio, al margen de cualquier moda demasiado evidente.

El cine, por el que ambos sienten veneración, fue el tema sobre el que se construyó una gran parte de su primera obra. Se trataba de una serie de cuadros que recreaban libremente planos de películas de los años cuarenta y cincuenta. En ellos el bajo relieve contribuía a recrear la magia, la ilusión de realidad consustancial al cine, al tiempo que disuadía de cualquier relación con el afiche, con el cartel cinematográfico. Más tarde, abandonarán el relieve casi por completo y ampliarán los temas de sus obras. Han sido unos años de intenso trabajo que les ha permitido madurar y moverse con mayor soltura en el campo de la pintura plana. Tal vez por ello vuelvan a utilizar el relieve en la presente exposición, ya con mayor seguridad, sin ninguna mala conciencia y tal vez por ello vuelvan a elegir como tema de su obra una mitología tan peculiar y tan universal como es la infancia, evocada a través de dos mundos superpuestos, las narraciones infantiles y la escuela.

Antes incluso que la religión, los cuentos son nuestra primera fuente suministradora de imágenes, el primer puente entre el propio mundo interior y el exterior. Los cuentos, cuyas situaciones inverosímiles el niño

capta con la mayor naturalidad, nos familiarizan con el lenguaje simbólico y, aunque no cesarán de contarnos historias durante toda nuestra vida, seguramente allá abajo permanecen todavía agazapados muchos de los benévolos o terribles arquetipos que penetraron en nuestra infancia. Los cuadros de Brigitte y Juan Antonio los han rescatado de nuevo desenmascarándolos o disfrazándolos, jugando con ellos, atribuyéndoles papeles que en el fondo ellos están encantados de aceptar. La madrastra (madre-mala de Cenicienta o Blanca Nieves), personaje clave en la vida de tantas niñas, puede disfrazarse de Clitemnestra con un traje de Christian Dior y seguiremos reconociéndola por sus preocupadas miradas al espejo, símbolo del poder, pero también del paso del tiempo. Piel de Asno pertenece al grupo de las “jóvenes humilladas por mujeres maduras”. Es Electra en ropa interior, preparando sus encantos frente a un tocador repleto de peligrosa alquimia. En cuanto a Jim Hawkins, es ahora Pandora-menguante, abriendo con sigilo su cofre en un rincón de la habitación. Alicia, por su parte continúa siendo Alicia, contemplando desde una ventana con su acerada mirada de niña, un interior fantástico e inaccesible.

La escuela es como otro estrato en nuestra memoria. Es el lugar donde, en principio, se nos obliga a enterrar un cierto mundo, pero en realidad sirve para superponerle otros, más o menos amables, según la imaginación y también la fortuna de cada cual. Aparece en estos cuadros como un lugar solemne y grave como las escuelas antiguas, un lugar del que desde luego puede uno escaparse en cualquier momento de la mano de un amigo.

Juan Antonio y Brigitte pintan juntos desde hace años. Ellos mismos confiesan que esto surgió de un modo espontáneo, sin ningún plan preconcebido y sus exposiciones revelan siempre preocupaciones parecidas que, sin embargo, van reflejándose en su pintura de forma diferente. El mundo de Brigitte es cada vez más onírico y simbólico y el de Juan Antonio más duro y más directo. En la exposición actual se han acentuado las diferencias entre ambos, pero persiste el punto de partida común y una idéntica propuesta, una audaz invitación para una viaje hacia atrás, en busca de nuestra memoria y nuestros sueños.

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